martes, 31 de julio de 2012

Calvinismo


Italo Calvino, Las ciudades invisibles: "Las ciudades sutiles. 4".

La ciudad de Sofronia se compone de dos medias ciudades. En una está la gran montaña rusa de ríspidas gibas, el carrusel con el haz estrellado de sus cadenas, la rueda con sus jaulas giratorias, el pozo de la muerte con sus motocicletas cabeza abajo, la cúpula de circo con su racimo de trapecios colgando en el centro. La otra media ciudad es de piedra y mármol y cemento, con el banco, las fábricas, los palacios, el matadero, la escuela y todo lo demás. Una de las medias ciudades está fija, la otra es provisional y cuando ha terminado su tiempo de estadía, la desclavan, la desmontan y se la llevan para trasplantarla en los terrenos baldíos de otra media ciudad.

Así todos los años llega el día en que los peones desprenden los frontones de mármol, deshacen los muros de piedra, los pilones de cemento, desmontan el ministerio, el monumento, los muelles, la refinería de petróleo, el hospital, los cargan en remolques para seguir de plaza en plaza el itinerario de cada año. Ahí se queda la media Sofronia de los tiros al blanco y los carruseles, con el grito suspendido de la navecilla de la montaña rusa invertida, y empieza a contar cuántos meses, cuántos días tendrá que esperar antes de que la caravana regrese y la vida entera vuelva a empezar.

M. C. Escher, Day and night (1938)

Ya hace mucho supe de Italo Calvino con "El barón rampante", segunda parte de su trilogía de fábulas "Nuestros Antepasados" (la primera fue "El vizconde demediado" -dimezzato, en italiano- y la tercera "El caballero inexistente"): Cósimo Piovasco de Rondó, a la temprana edad de 12 años, rebelándose contra la tiranía familiar, se encarama a una encina del parque de la casa paterna... y no vuelve nunca a bajarse de los árboles ni aún en su muerte. Sin embargo este empecinamiento no lo convierte en un misántropo; antes al contrario, el barón es un personaje participativo, consagrado al bienestar de los otros, pero guardando siempre una distancia que permite ver mejor las cosas.

Más tempranamente que Cósimo y quizá rebelándome también contra la tiranía familiar, yo fui un niño rampante: mi infancia son recuerdos del jardín de un chalet de Badajoz; había melias y acacias mimosas (también un limonero, benjamín aún, sujeto a un rodrigón, que me temo no tuviera tiempo de madurar antes del derribo). Pero mi árbol no fue una encina sino una enorme morera a la que me encaramaba ayudado por unas puntas que había clavado con una piedra al tronco. Me gustaba permanecer al resguardo de su frondosa copa las luminosas mañanas frescas del verano y observar el suelo desde cierta distancia... Pero dejemos de andarnos por tan poéticas ramas y volvamos a lo que íbamos.


M. C. Escher, Balcony (1945)

Posteriormente quedé prendado de los relatos agrupados con el título "Los amores difíciles" (veo el volumen profusamente subrayado con una anotación bajo el título que dice "excelente, el relato minucioso de la normal cotidianeidad" pero no pude con "Todas las cosmicómicas". Sí me interesó "Por qué leer los clásicos" ("un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir") que forma parte de los volúmenes de textos inéditos que dejó Calvino al fallecer en 1985 y que presenta gran parte de los ensayos y artículos del autor sobre "sus clásicos".

En uno de los Babelia del pasado mayo, dedicado a la última Feria del Libro de Madrid, apareció una selección de Justo Navarro de libros de autores italianos, todos conocidos, titulada "Medio siglo en ocho fuentes". De "Las ciudades invisibles" (Ediciones Siruela, colección Biblioteca Calvino nº 3) escrito en 1972, dice que según Natalia Ginzburg es el libro más bello de Calvino y que aceptando la confusión de géneros, es interesante confrontar "Las ciudades..." con la mejor poesía que entonces se publicaba.

M. C. Escher, Print gallery (1947)

Clasificadas en 11 series, cada una de 5 textos numerados, se describen desordenadas 55 ciudades imaginarias con nombre de mujer, fuera del espacio y del tiempo. Libro poliédrico, vale tanto empezar por el principio como por el final o por el medio: hay que dar vueltas hasta perderse, pero sobre todo releer.

La leve trama argumental, destacada en cursiva, es la descripción de los encuentros del viajero Marco Polo con Kublai Kan, emperador de los tártaros, para dar cuenta de sus viajes por las ciudades del imperio. Pero pronto el Gran Kan advierte el mecanismo de las narraciones del viajero y ya "su mente partía por cuenta propia, y desmontaba la ciudad parte por parte, la reconstruía de otro modo, sustituyendo ingredientes, desplazándolos, invirtiéndolos. Entretanto Marco seguía contando su viaje, pero el emperador ya no lo escuchaba, lo interrumpía: De ahora en adelante seré yo quien describa las ciudades y tú verificarás si existen y si son como yo he pensado".

"Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero esos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices", dice Calvino en la nota preliminar.

M. C. Escher, Convex and concave (1955) 

Italo Calvino, Las ciudades invisibles: "Las ciudades y los intercambios. 2".

En Cloe, gran ciudad, los personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.

Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura con otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas las combinaciones se agotan y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así entre quienes por casualidad se juntan bajo un soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos.

Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.

 
M. C. Escher, Reptiles (1943)

 Maurits Cornelis Escher, más conocido como M. C. Escher
 (Leeuwarden, Países Bajos, 1898 - Hilversum, Países Bajos,
 1972), artista holandés, famoso por sus grabados en madera,
 xilografías y litografías que tratan sobre figuras imposibles,
 teselados y mundos imaginarios. Su obra experimenta con
 diversos métodos de representar perspectivas y espacios
 paradójicos. No fue un estudiante brillante y sólo llegó a
 destacar en las clases de dibujo. Comenzó estudios de
 arquitectura que abandonó poco después para interesarse
 por las artes gráficas. Adquirió unos buenos conocimientos
 de dibujo y destacó en la técnica de grabado en madera que
 llegó a dominar con gran maestría: a lo largo de su carrera
 realizó más de 400 grabados y también unos 2.000 dibujos
 y borradores.

 Paisajes: perspectivas y figuras imposibles.
 Metamorfosis y Ciclos: simetría y equilibrio. 

 M. C. Escher, High and low (1947)

domingo, 29 de julio de 2012

Sintra y Cascais

Praia Grande (Colares)

Hotelito en Colares. Excursiones a Sintra, Azenhas do Mar, Cabo da Roca y Cascais. Praias: das Maças, Pequena, Grande, da Adraga y do Guincho.

Cabo da Roca (Azóia)

Cabo da Roca, o ponto mais occidental do continente europeu "onde a terra se acaba e o mar começa" (Luís de Camões, Os Lusíadas, canto III) e onde palpita o Espírito de Fé e da Aventura, que levou as Caravelas de Portugal em busca de novos mundos para o mundo. Vista Panorámica.

Idiosincrasia portuguesa: lápida en la Boca do Inferno (Cascais).

lunes, 23 de julio de 2012

Granada y Córdoba

Granada: Generalife.

Granada: La Alhambra desde el Mirador de San Nicolás.

GRANADA

15.07.2012, domingo por la tarde: llegada al hotel. Noche: cervecitas y tapitas por la zona de la Catedral; Plazas Romanilla, Pasiegas, Bib-Rambla, del Carmen y calle Navas.

16.07.2012, lunes por la mañana: visita a La Alhambra y Generalife; retorno a pie por el Arco de las Grandas y Cuesta Gomérez hasta Gran Vía. Tarde/noche en El Albaicín: puesta de sol desde el Mirador de San Nicolás y primera cervecita en El Huerto de Juan Ranas (magníficas vistas); descenso por la Cuesta del Chapiz y más cervecitas y tapitas en el Paseo de Los Tristes y Plazas Santa Ana y Nueva.

CÓRDOBA

17.07.2012, martes al mediodía: llegada al hotel. Por la tarde, mucho calor, visita a La Mezquita y paseo por La Judería. Por la noche: cervecitas y tapitas en las Plazas Corredera y de las Tendillas; gintonics en Jazz Café y Long Rock.

Córdoba: La Mezquita.

Córdoba: Jazz Café, c/ Espartería s/n. Martes y jueves "jam session jazz".

La sorpresa de la escapada fue Jazz Café que nos lo encontramos en Córdoba en el recorrido entre Corredera y Tendillas. Cuatro oriundos de Cuba y un nativo a la batería. La cosa empezó tranquilita, con el teclado de fondo y las melodías a cargo del saxo y la trompeta, salpimentado con algún solo de la batería y el bajo. Tras un breve descanso (cigarrito y charla en la puerta del local con Ernesto, el saxo) se subió al escenario una espigada jovencita que "está empezando". Dubitativa en un primer instante, rápidamente se fue soltando; como no se sabía las letras, pues se las inventaba, pero daba igual lo que dijera porque lo decía muy bien. Mientras Antúnez, el teclista que lo toca todo, hacía sus pinitos con el bajo y la percusión, se presentaron allí un guitarrista y otro batería. El pequeño escenario parecía ya el camarote de los hermanos Marx y la trompeta y el saxo hacían lo que podían apuntando al micro desde abajo. Por último, cuando ya la cosa estaba calentita, se unió a la fiesta un trombón, profesor del conservatorio, que junto al saxo y la trompeta la terminó de montar. Qué lástima no haber llevado encima la cámara de fotos; están hechas con el móvil hasta que se quedó sin batería.

Zafra: Plaza Grande.

viernes, 20 de julio de 2012

Toto Estirado + (IV)

Toto Estirado, portada y contraportada de la revista Tamar IV.

El número 4 de la revista literaria Tamar, editada en 2004 por el IES Bachiller Diego Sánchez de Talavera la Real, está ilustrado con pinturas de Toto Estirado cedidas por la Galería Acuarela y la TotoGallery. Entre otros artículos incluye el texto de Paco Portalo "Doctorsito, tócate un blues en LA", ya vertido en el post anterior, un par de poemas de "Apocalipsis para uno" de Alfredo Liñán y la poesía de Ángel Campos "Pie desnudo", todo ello dedicado a la memoria del pintor.

Toto Estirado, Una María (1992).

                Hansel y Grettel... de Alfredo Liñán
                                                                         (en Apocalipsis para uno)

                                   Hansel y Grettel juegan en tus sueños
                                   de bosques encantados donde el mágico
                                   espectro de la bruja colorea
                                   de fantasía los árboles dormidos.

                                   El agua se detiene estremecida
                                   recostando su paso en el misterio
                                   de orillas asombradas y susurros
                                   dormidos en los vértices del viento.

                                   (La bruja busca a Hansel escondida
                                   en su disfraz de dulce y caramelo
                                   y Grettel sueña una mar de golosinas
                                   en el metal del agua y su reflejo
                                   se transforma en espejo donde Alicia
                                   congela eternamente el desencanto
                                   de su rubia melena ensortijada.)

                                   No hay pájaros, ni ruidos, ni canciones,
                                   ni nada más que el tiempo suspendido
                                   en la tarde sin fin de tus pinceles.

Toto Estirado, Bodegón (1992) 46 x 55 cm, óleo sobre lienzo.

              Pie Desnudo de Ángel Campos
                                                                 (A la memoria de Toto Estirado)

              Se queda aquí la luz,
                                                inusitada y limpia,
              en la sombra secreta
                                                 de los colores.

              Hay un jarrón de flores lilas al borde de la muerte.

              Una mujer de espaldas
                                                    rosas rojas
                                                                       limones
              contra el fondo moteado y simple del paisaje.

              Que su pintura no es sino la urgencia
              de vivir o estallar en cualquier parte,
              la impaciencia de darse a tanta muerte,
              a tanta soledad, a tanto frío,
              y a ese ritmo sordo que crece dentro
              y que no puede compartirse.

              Hay un autorretrato de torero
                                                             y un homenaje a Much
              y un bodegón azul con un cuchillo,
                                                                      como en un silencio plano
              que engendra el grito,
                                                 la herida abierta,
                                                                            el dolor final del pie desnudo.

              Que la luz se quede aquí,
                                                        inusitada y limpia,
              a la sombra secreta
                                               de tus colores.

Toto Estirado, Paisaje monocromo (1992) 30 x 40 cm, óleo sobre táblex.

Los cuadros "monocromos" (arriba) no son un ejercicio de estilo o la búsqueda de nuevas posibilidades de expresión sino producto de la escasez de pintura; mejor dicho, de la falta de tubos de pintura. "La flecha del tiempo" (debajo) es título del "ingeniero": la firma E en la esquina inferior derecha vale tanto para Estirado como para Entropía (ver en el blog "Ilya Prigogine"). El cuadro "Ajedrez" (debajo) es un "análisis conceptual" realizado por encargo para el cartel de un campeonato: cuadriculado desorden de escaques, piezas con descripción de sus movimientos, una cerradura que veta el acceso a los no iniciados, toques de color, sugerencias de complejidad y ¿aleatoriedad? e incluso un jaque.

Toto Estirado, La flecha del tiempo (1981) 46 x 55 cm, acrílico sobre táblex.

 Toto Estirado, Ajedrez (1993) 60 x 73 cm, óleo sobre táblex.

jueves, 12 de julio de 2012

Toto Estirado + (III)

 
Toto Estirado, Autorretrato (1993) 40 x 27 cm,  óleo sobre táblex.

   Lo primero que sobre Toto Estirado aparece por internet es la www.totogallery.com de Paco Portalo, realizada en las Navidades de 1997 y ¡con traducción a varios idiomas! Al respecto me escribe Paco: "La idea de esta primigenia galería de arte virtual fue, claro está, la de rendir un homenaje a mi amigo Toto, haciendo un reconocimiento expreso de su arte y vida. En un principio pretendía tenerla más atendida, pero al cabo del tiempo ha quedado como un monumento funerario que, de momento, no me atrevo a retocar, aunque es uno de los muchos proyectos pendientes... proyecto perenne que melancólicamente veo como una tumba donde crecen la malva y otras trepadoras". Además del interesante contenido publicado, el portal tiene el mérito de estar realizado en los primeros tiempos de la popularización de la red, cuando los dispositivos y herramientas para la edición eran mucho más rudimentarios.
   En esta recopilación de cosas sobre Toto que me traigo entre manos, todo el contenido de esta entrada es una apropiación que perpetro con la amable generosidad de Paco. Me limito a retocar un poco las imágenes y a copiar y pegar los textos: una emotiva reseña de Teresa Covarsí y la "epopeya folclórica" de Paco Portalo “Doctorsito, tócate un blues en LA” publicado en el número 4 de la revista literaria Tamar (Abril 2004). Gracias Paco.

Toto Estirado, Árboles I (1979) 54 x 65 cm,  óleo sobre táblex.

Toto Estirado, Florero (1980) 62 x 50 cm, óleo sobre táblex.

   Los cuadros, excepto el autorretrato que encabeza este post, están ordenados de forma cronológica. En estos dos primeros, "Árboles I" (1979) y "Florero" (1980), vemos todavía a un Toto neo-expresionista que irá evolucionando hacia ese fovismo posterior, tan característico suyo, de colores primarios bordeados con trazo negro.

Toto Estirado, Flor de noche (1987) 48 x 62 cm, óleo sobre lienzo.

"Toto" por Teresa Covarsí.

   No era fácil conocer a Toto; reservado, austero, de sonrisa cerrada pero siempre cierta, de compleja y sólida personalidad. Nunca intentó ganar el aprecio de nadie con formas de simpatía, sí se lo ganaba cuando se sabía apreciar su honestidad fundamental, su bendita locura, su lealtad, sin sumisión, hacia sus amigos. Aspero con aquellos que no le ofrecían confianza, de sana chulería torera, nacida desde una afición por el mágico y ancestral arte de la tauromaquia, adquirida y gravada en su Sevilla juvenil e inolvidable.
   De su idilio tormentoso con la pintura, surgió una compulsión, una necesidad de buscar incansablemente los escorzos más insólitos para plasmar la expresión de desamparo, soledad y ternura en los paisajes de sus cuadros.
   Y hasta el final, hombre lleno de sí mismo, no cambió su modo de estar. Defendió el derecho de vivir fiel a sí mismo hasta el último momento, de valiente y serena aceptación de su destino, no porque se hubiera bajado del carro en marcha, sino porque esa dama pérfida llamada enfermedad le había descabalgado.
   Fue Toto un gran artista, y si algunos consideran hiperbólica esta forma de adjetivar, motivada por un tremendo vacío que se llama dolor o rabia por su ausencia, les emplazo a esperar el veredicto de los críticos que han de analizar, sin adherencias sentimentales, su obra plástica.
   Y ahora , sin saber por qué, pasa por mi mente la imagen fugaz de su cuadro titulado "La flor de la noche"; de él sólo retengo su perfume inseguro, un perfume melancólico de sombras y luna mediterranea, que un día, quién sabe cuándo, el viento implacable del olvido borrará en silencio y dejará abatidos a sus amigos verdaderos.

Toto Estirado, La heroína (1990) 64 x 50 cm, técnica mixta sobre papel.

Toto Estirado, Árboles II (1991) 30 x 40 cm, óleo sobre táblex.

"Doctorsito, tócate un blues en LA" por Paco Portalo. 

   Corrían, y cómo, aquellos años del Badajoz tardío y siguiendo la liturgia de muchas otras tardes nos encontrábamos de “festivalillo” en el Bar Tabares de la calle Ramón Albarrán. El “festivalillo”, que era faena temprana, consistía en beber ginebra con limón mientras se iban lidiando los distintos temas que salían a la conversación. Aquella tarde nos ocupaba una discusión sobre el número de pases que el maestro le dio a un novillo en la plaza de La Corte.
   Manolo encornando los brazos con recia estampa torera afirmaba: “Era un tío, en punta…y no iba por la derecha”, remataba.
   Toto, que hacía de banderillero en la cuadrilla, con esa gracia singular que tenía para el toreo de salón indicaba al maestro la fórmula mágica para haber alargado la faena unos pases más, ejecutando en el centro del bar todo tipo de suertes que los parroquianos aceptaban en mayor o menor grado.
   La discusión subía de tono como la canal del trieño, y yo agazapado en el burladero de la conversación no tuve otra ocurrencia que recordar la salida que tuvimos de la plaza y lo airado de los mozos del pueblo que pensaban, en voz muy alta, que el berrendo tenía más pases de los que allí se dieron.
   De lo acelerado de la salida puedo dar fe, pues aquel mini rojo donde nos agolpábamos maestro, sobresaliente, banderilleros y yo, que era el conductor, rápidamente atisbó las colinas del campo de San Isidro.
   En estas estábamos mientras recorríamos el eje taurino pacense que nos llevó por Martín Cansado hasta “El Quite”, subiendo después al “Club Taurino” y por Sepúlveda a “ La Cabeza del Toro”, para acabar en “El Paraíso” cuando la tarde ya era noche.

Toto Estirado, Flores (1991) 30 x 20 cm, óleo sobre táblex.

Toto Estirado, Paisaje urbano (1992) 46 x 55 cm, óleo sobre lienzo.

   No sé en qué momento aparecieron los músicos con sus instrumentos pero recuerdo que Toto dirigiéndose a José Luis, que era el que llevaba la guitarra, le dijo:” Doctorsito, tócate un blus en LA”. El caso es que entre cante y cante fuimos cogiendo aire, y la discusión de si fueron más, menos o los justos pases los que se dieron aquella tarde en Corte de Peleas quedó relegada por lo agradable de la compañía.
   Los Tramp, que así se llamaban porque Nacho había trabajado en una discoteca Londinense con el mismo nombre, iban a una entrevista para presentar sus últimos temas o quizás a promocionar alguna próxima actuación, el caso es que hicimos peña y con ellos nos fuimos Meléndez Valdés abajo hasta llegar a la Radio.
   Al entrar tanta gente con la correspondiente algarabía alguien de la casa preguntó con seriedad a Rafa quiénes eran los acompañantes, a lo que éste o Juande no recuerdo bien, contestaron que Toto era el director espiritual del grupo, asintiendo Nachete que llevaba las baquetas en la mano. El caso es que fuimos bien recibidos músicos, toreros y conductores, y los periodistas se frotaron las manos murmurando “con tanto material tenemos la noche resuelta”.
   Los músicos nos deleitaban con sus canciones y los toreros hablaron de la fiesta, viendo Toto enseguida la conveniencia de montar un espectáculo taurino-musical donde se lidiarían dos novillos a los que juraba, con su procedimiento habitual, “que mi padre dé cinco saltos en la sepultura”, cortaría orejas, rabo y pata como, contó detalladamente, hizo en su juventud en la plaza de Villar del Rey. Manolo, que no veía con buenos ojos aquella mezcla próxima a la charlotada, pidió a Toto que no lo nombrara, circunstancia que por supuesto no respetó encendiéndose de nuevo la mecha de la discusión.

Toto Estirado, Plaza I (1992) 60 x 80 cm, óleo sobre táblex.

Toto Estirado, Plaza II (1992) 55 x 46 cm, óleo sobre lienzo.

   Y siendo ya buena madrugada, muchas las plazas y próximos al descabello pues claro, al final se llegó a lo de los pases, y se montó un guirigay al que los radiofonistas no sabían como poner fin. “Que estamos en directo, que estamos en directo“ repetían una y otra vez.
   Con la discusión bien alta mientras salíamos de la emisora, por aquel largo pasillo, nos percatamos que una “lechera” con sus dos “grises” esperaban en la misma puerta y llamando nuestra atención preguntaron: “¿Vosotros sois los de la radio?”.
   A Toto, que venía detrás relatando no sé qué sobre “cristianos y cartaginenses”, al darse cuenta de la estampa se le abrió la caja de los truenos y mezclando los pases de la Corte con los maniqueos, los Rolling con los fascistas y no sé cuantas cosas más, con una coherencia que nosotros éramos incapaces de descifrar, empeoraba lo que parecía ser una hecatombe.
   La verdad es que estábamos acojonados. Manolo, persona cabal hasta en los momentos difíciles, capoteaba al Toto como buenamente podía y los policías ante nuestro asombro se descojonaban de risa.
   Parece ser que estuvieron siguiendo el programa y les causó tanta gracia que modificaron la ronda para venir a conocernos. No recuerdo qué pasó después, seguramente nos tomaríamos la última escuchando algunos blues en LA mientras Toto relataba por Lorca aquello de “están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo”.

Dos fotografías de un joven Toto Estirado (Sevilla, 1963)
y una tercera más cercana en el tiempo.

domingo, 8 de julio de 2012

Ischia y los girasoles

(Son mayormente "voces" lo que por aquí traigo; hoy voy a comenzar fijando el "ámbito")

Con sus casi mil trescientos metros de altura, el Vesubio se alza imponente en mitad del Golfo de Nápoles; los griegos y los romanos lo consagraron a Heracles o Hércules, el de la extraordinaria fuerza. Allá por el año 79 una catastrófica erupción del coloso sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano, y aún hoy continúa vivo y amenazante.

El Golfo de Nápoles, bañado por el Tirreno, se cierra al noroeste por el Cabo Miseno y su continuación las Islas Flégreas, Procida e Ischia, y hacia el sureste por Punta Campanella, a la que pone punto la más famosa isla de Capri. En el norte de Campanella se sitúa Surriento o Sorrento, "terra dell'amore" a donde es menester tornar, y en el sur la bellísima Costiera Amalfitana ya en el Golfo de Salerno.

Cuenta la mitología que Zeus, padre de Hércules, derrotó en fiero combate a los titanes Tifeo y Mimante que, como castigo, fueron sepultados bajo Ischia y Procida respectivamente: así explicaban los antiguos los continuos temblores que agitaban estas tierras.

Una vez, hace ya tiempo, pasé una semana en Ischia. Con una superficie inferior a los 50 km2, es un importante destino turístico y un lugar de cine. Pueden hacerse idea de ambas cosas pulsando sobre "La película que no rodó Billy Wilder" y leyendo el entretenido artículo de Carlos Pascual (ElPaís 10.01.09).

Afiche de Avanti! -en España ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?- divertido lío romántico dirigido en 1972 por Billy Wilder y protagonizado por el mejor Jack Lemmon. También A pleno sol (1959) con Alain Delon y su remake El talento de Mr. Ripley (1999) con Matt Damon, han sido filmadas en el "arquetípico paraiso mediterráneo de Ischia".

Era aún invierno, un invierno benigno y soleado, y la tranquilidad en la isla era absoluta. De mi estancia guardo sobre todo tres imágenes nítidas: la arribada, un atardecer de luz anaranjada, a Ischia Porto, formado por el cráter de un volcán hundido, la impresionante estampa del Castello Aragonese que se alza sobre un escollo comunicado con la isla a través del puente que Alfonso de Aragón hizo construir en 1438 y el "pittoresco borgo marinaro di Sant'Angelo" en el sur.

Procida y detrás Ischia, vistas desde el cabo Miseno un atardecer de luz anaranjada.

Mi casero era un hombre ya mayor, alto y enjuto, con un abundante cabello gris que constantemente se peinaba hacia atrás con ambas manos, curtido rostro iluminado por vivaces ojos azules y elegante apostura. Vestía habitualmente un blazer azul marino con botones dorados sobre camisa celeste o blanca y pañuelo de seda al cuello, vaqueros y calzado naútico; en casa usaba batín y zapatillas de piel.

Alquilaba a visitantes recomendados por conocidos habitaciones de su villa: dos plantas adosadas a un antiguo torreón de piedra restaurado, contruidos sobre una pendiente que ofrecía unas vistas magníficas del puerto y la línea de costa. El acceso, común a las casas colindantes, era un empinado y estrecho camino pavimentado con losas de piedra que sólo podía hacerse a pie.

El espacio de la planta baja se lo repartían un pequeño despacho que hacía las veces de recepción, la cocina, un cuarto para el servicio, un baño, y un gran salón con la televisión a un lado y una chimenea en el contrario, con sofás y sillones, una amplia y sólida mesa con sillas y una estantería de mampostería, que ocupaba toda una pared del suelo al techo, repleta de libros y revistas. En la planta superior había cinco o seis dormitorios y un par de cuartos de baño comunes.

La villa estaba rodeada por un jardín un tanto descuidado, delimitado por cipreses y setos de aligustre, con cactus, pitas, adelfas y un enorme árbol de mimosas. Durante el día todo permanecía abierto y numerosos gatos campaban a sus anchas por doquier. Un par de mujeres, entre cotilleo y cotilleo y tarareando canciones napolitanas, servían los desayunos y se ocupaban de la compra y de los quehaceres domésticos.

Ischia Porto, formado por el cráter de un volcán hundido; al fondo Castello Aragonese.

Llamaba la atención que todos los cuadros de la casa fueran, con mínimas variaciones, siempre el mismo: unos girasoles en un jarrón pintados al estilo Van Gogh. En los dormitorios, en el salón, en los pasillos, hasta en la cocina y en los cuartos de baño, había al menos un lienzo, más grande o más pequeño, pintado al óleo y enmarcado, con los girasoles más lozanos o más mustios, más verdes y amarillos o más secos, con una flor de más o de menos, con distintos fondos neutros entre el ocre y el gris; llegué a contar más de veinte, siempre el mismo cuadro y siempre sin firma ni fecha. Curioso, pregunté a la más joven de las señoras de la limpieza sobre el autor y el porqué de la repetición pero se puso muy seria y me espetó, haciéndome sentir impertinente, "qué importa eso, ¿acaso no le gustan?".

No era cuestión de madrugar más de la cuenta, así que salía a media mañana a recorrer la isla, después de desayunarme unos huevos revueltos con ajetes tiernos, tostadas con mantequilla y mermelada, un café y un zumo de naranja, con la cámara de fotos, el mapa y un par de guías turísticas, y volvía con la puesta de sol, ya cenado; calentaba un vaso de leche en la cocina y me iba a mi cuarto a leer hasta que me vencía el sueño.

Una noche desapacible, de lluvia y viento racheado, se me hizo más tarde de lo habitual y cuando llegué a la villa, empapado tras ascender en la oscuridad por el empinado camino de piedra, me encontré con la puerta cerrada; hice sonar la campana de la entrada y me abrió el casero en persona, con su batín, su pañuelo al cuello y sus zapatillas de piel.

Tal debía ser mi aspecto que se ocupó él mismo de calentarme el vaso de leche mientras me cambiaba de ropa, ofreciéndome además una copa de grappa que acepté encantado. Nos sentamos en el salón frente a la chimenea que estaba encendida y nos pusimos a charlar. Hasta ese momento apenas habíamos intercambiado un par de palabras, salvo a mi llegada para cerrar el precio de la habitación, pero probablemente la grappa con la que íbamos recebando los vasos fue animando la conversación.

La impresionante estampa del Castello Aragonese que se alza sobre un escollo.

Así me enteré de que era de Nápoles, de que durante más de treinta años había ejercido la abogacía en Roma hasta que a la jubilación, él y su mujer, que había sido profesora universitaria de química, habían decidido vender su casa y comprar la villa en Ischia; de que su mujer había muerto hacía tres años y que después de cuarenta años de matrimonio la echaba mucho de menos, por lo que para ocuparse en algo que le distrajera de los recuerdos alquilaba habitaciones; de que su hijo, que también era abogado, había hecho su vida en un Milán "troppo lontano" y que venía con su esposa y sus dos hijos en verano a pasar una quincena con él.

Tras un silencio que aprovechó para escanciar más grappa me miró fijamente y, cambiando de tono, me lanzó de sopetón: "Parece que se interesa usted por los cuadros de la casa; le he visto detenerse delante de los girasoles y observarlos atentamente: ¿qué le parecen?". Aquello me cogió por sorpresa; recordé la áspera contestación de la señora de la limpieza a mi curiosidad e intenté dubitativo hilar alguna respuesta. "Verá", me interrumpió sin dejar de mirarme pero con una comprensiva sonrisa, y me contó lo siguiente:

Llegamos con alegría e ilusión para comenzar una nueva vida. Solíamos veranear en la isla y apreciábamos su belleza y la tranquilidad de los inviernos. Habilitamos el torreón y nos mudamos enseguida para, a continuación, ocuparnos de la casa que también necesitaba algunas obras.

En fin, todo iba sobre ruedas hasta que al año de estar aquí mi mujer se notó un bulto en el pecho y el diagnóstico fue el temido. Como era de suponer encajó muy mal la amputación y se deprimió enormemente. Los agresivos tratamientos posteriores no demostraron efectividad y, al tiempo que íbamos perdiendo toda esperanza de curación, se le fue agriando el carácter más y más.

El "pittoresco borgo marinaro di Sant'Angelo" en el sur.

De naturaleza vital y maneras amables se volvió huraña. Dejó de relacionarse hasta con los vecinos negándose incluso, por no sentirse compadecida, a que se dieran razones de su estado: fíjese que llegó a correrse la voz de que se había vuelto loca. Dejó de salir de la villa y con el tiempo ni tan siquiera al jardín; me costaba convencerla de tomar el barco a Nápoles para que el hospital revisara los tratamientos, hasta que también se negó a ello. Descuidó su aspecto e higiene, y dejó de comer excepto lo imprescindible y siempre de forma desordenada.

Nunca había demostrado interés alguno por la pintura pero le dió por ahí de forma compulsiva. Ensimismada, apenas me dirigía la palabra pero me dejaba notas para que le comprara vino, tabaco, libros y materiales de pintura, y se pasaba el tiempo encerrada en el estudio del torreón.

Aquí interrumpió su relato y me hizo un gesto para que lo siguiera. Al final del pasillo abrió una puerta que comunicaba con el torreón y ascendimos dos plantas por una escalera de piedra adosada al muro hasta el piso superior, dónde se abría un espacio todo diáfano con dos grandes ventanales. Las paredes estaban totalmente cubiertas por lienzos de diferentes tamaños sin enmarcar, algunos inacabados, siempre con los girasoles; en el suelo y apoyados en la pared uno sobre otro, muchos más; también un par de caballetes, con taburetes delante, sostenían lienzos con esbozos al carboncillo. Sobre una vieja cómoda estaba el jarrón de barro que aparecía en los cuadros conteniendo girasoles secos; había también un sofá desvencijado, una estantería metálica con una veintena de gruesos libros de arte y una mesa con tubos de pintura, paletas, espátulas, pinceles y botes con aceites y disolventes; todo limpio y ordenado, listo para usarse.

Sobrecogido, yo miraba todo con atención sin hacer un gesto. Sabe -dijo con la voz entrecortada y los ojos húmedos- nunca supe porqué eligió precisamente este motivo de los girasoles de Van Gogh. Supongo que esta repetición es la búsqueda de la perfección, el intento de captar una esencia; pero también un exorcismo, un sujetarse a la vida reteniendo la de esas flores antes de que las marchitara el tiempo, una vida que se escapaba al tiempo que la suya, su vida misma.

Afuera, el temporal amainaba. Había dejado de llover y la luna encontraba ya resquicios entre las nubes negras para iluminar de forma intermitente la espuma de las olas. Tifeo, a pesar de sus esfuerzos, continuaba aprisionado bajo Ischia.

Girasoles de Van Gogh

lunes, 2 de julio de 2012

Toto Estirado + (II)
















Todos los cuadros pertenecen a la Colección Caja de Badajoz.
(Gracias a Antonio por prestarme sus fotografías). Relación:

     01 nº 113 - Paisaje, 61 x 72 cm (~1992-1993)
     02 nº 135 - Paisaje con árboles nevados, 55 x 64 cm (1993)
     03 nº 158 - Paisaje nevado con rocas, 47 x 55 cm (1993)
     04 nº 323 - Paisaje en verde y lila, 34 x 41 cm (1993)
     05 nº 167 - Paisaje con árboles y agua, 46 x 59 cm (1993)
     06 nº 114 - Paisaje con arroyo, 61 x 72 cm (1992)
     07 nº 115 - Paisaje, 61 x 72 cm (1992)
     08 nº 138 - Marina, 46 x 59 cm (1993)
     09 nº 157 - Nenúfares rojos, 47 x 55 cm (~1992-1993)
     10 nº 321 - Jarrón con flores, 50 x 42 cm (1993)
     11 nº 430 - Bodegón con sandía, 64 x 83 cm (1993)
     12 nº 166 - Jarrón azul con flores, 64 x 55 cm (1993)
     13 nº 322 - Huevos fritos, 43 x 55 cm (1993)
     14 nº 429 - Almirez y huevos fritos, 64 x 83 cm (1993)
     15 nº 431 - Plaza Alta de Badajoz, 61 x 66 cm (1993)