lunes, 30 de abril de 2012

El nacimiento del tiempo


Estos días atrás, el profesor de Lengua y Literatura D. Antonio Burgos citaba a San Agustín en unas breves pero emotivas palabras que de forma improvisada nos dirigió a los reunidos en el porche del patio del Instituto Zurbarán de Badajoz para celebrar los más de 25 años transcurridos desde que abandonamos sus aulas tras cursar el Bachillerato y el COU: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé" *.

Acabo de terminar la lectura de "El nacimiento del Tiempo" (Tusquets Editores, Colección Fábula nº 339, Enero 2012, Rústica, 98 páginas) de Ilya Prigogine, eminente físico y químico, investigador y profesor universitario belga de origen ruso (Moscú 1917 - Bruselas 2003) que fue galardonado con el Premio Nobel de Química en 1977. Prigogine, además de hombre plenamente dedicado a su profesión ha sido un gran humanista: "La verdad es que yo mismo me siento un ser híbrido, interesado por las dos culturas: las ciencias humanísticas y las letras por un lado, y las ciencias llamadas exactas por el otro". Una de sus pasiones ha sido el tiempo y todo lo que este concepto conlleva: su origen en el universo, su posible irreversibilidad, el futuro del cosmos...

El mencionado librito transcribe dos conferencias impartidas en Milán y Roma en 1984 y 1987 sobre el nacimiento del tiempo y su papel creativo. Son exposiciones claras y brillantes, accesibles para cualquiera y de total actualidad pese a los últimos avances en astrofísica y cosmología. También incluye una completa nota biográfica y una extensa entrevista que nos servirán para conocer la vida, las ideas y los notables logros del autor.

A continuación intento hilar un texto ordenado que resuma el discurso expuesto por Prigogine a lo largo de las páginas de este libro, atreviéndome incluso con alguna anotación personal.

Ya hace aproximadamente 2.500 años que Aristóteles expresó en su obra "Física" la que parece continúa siendo la mejor definición del tiempo: "es el número, o la medida, del movimiento según el antes y el después". Pero para Aristóteles, como para la mayoría de los filósofos antiguos y medievales, la palabra movimiento equivalía a cambio: decían que todo lo que cambiaba se movía de la potencia al acto, es decir, de la posibilidad a la realidad. Por tanto, en un sentido amplio, el tiempo sería la dimensión del movimiento o del cambio y si nada cambiara o se moviera no habría tiempo.

Es el observador, el hombre, la conciencia, lo que crea el tiempo, el cual no existiría en un universo sin hombres y sin conciencia. Incluso podríamos añadir que sin conciencia tampoco existiría el universo.

Pero el tiempo, ¿tiene un inicio? Volviendo a Aristóteles, tras un análisis sobre el instante, concluía con la tesis de que el tiempo es eterno, y que en realidad no se puede hablar de que tuviera un inicio. Hoy convenimos, según el modelo estándar, que el inicio del tiempo y del espacio es el Big Bang y que por tanto es el universo el recipiente del espacio y del tiempo. Podemos reconstruir lo sucedido a partir de esta singularidad pero gran parte del esfuerzo científico actual se concentra en determinar lo acontecido en este primer instante del universo.


Mas corrige Prigogine: ¿Cómo ha aparecido el tiempo en el universo? ¿En el momento del Big Bang? Me gustaría tratar de mostrar como en cierto sentido el tiempo precede al universo; es decir que el universo es el resultado de una inestabilidad sucedida a una situación que le ha precedido; en conclusión, el universo sería el resultado de una transición de fase a gran escala.

Trata a continuación de la gravitación y el calor, y de la entropía, que según el segundo principio de la termodinámica,  tiende a incrementarse con el tiempo: disipación de la energía, evolución hacia el desorden, irreversibilidad de las reacciones químicas y de los fenómenos biológicos. Pero la producción de entropía contiene siempre dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden (desequilibrio) pero también un elemento creador de un nuevo orden (equilibrio) siempre ligados. Así, la evolución del universo no ha sido en la dirección de la degradación sino en la del aumento de la complejidad.

Si se acepta esta dualidad de energías positiva y negativa, se puede concebir un universo con energía total nula: la energía de la materia compensa la de la gravitación y la energía total permanece constante, como se verifica por otro lado en el caso del vacío absoluto en el que no hay ni materia ni gravitación. El universo, como nosotros lo vemos, es entonces el resultado de una transformación irreversible, un "desacoplamiento" que produce un campo de gravitación y un campo de materia, y proviene de "otro estado físico". El nacimiento de nuestro tiempo no es, pues, el nacimiento del tiempo. Ya en el vacío fluctuante preexistía el tiempo en estado potencial. En este sentido, el tiempo no ha nacido con nuestro universo: el tiempo precede a la existencia, y podrá hacer que nazcan otros universos.

A partir de aquí hay que pensar el universo como una evolución irreversible: el tiempo, en cuanto reversibilidad, es ilusión. Debemos proponer la imagen de un universo en el cual la organización de los seres vivientes y la historia del hombre ya no son accidentes extraños al devenir cósmico, y considerar el tiempo como aquello que conduce al hombre y no al hombre como creador de tiempo: la vida es el tiempo que se inscribe en la materia. Y no podemos prever el porvenir de la vida, o de nuestra sociedad, o del universo; la lección del segundo principio de la termodinámica es que nunca podemos predecir el futuro de un sistema complejo, que este porvenir permanece abierto, ligado como está a procesos siempre nuevos de transformación y de aumento de la complejidad: el tiempo es creación.


(*) "¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. Quid ergo est tempus? Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerente explicare velim, nescio. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase, no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo sino eternidad. Si, pues, el presente para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?”. Agustín de Hipona, Confesiones Libro XII.

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