EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA de Gabriel García Márquez (1985).
"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro".
... y más adelante, un toque ateo:
"A lo único que no accedió fue a hablar con el arzobispo para que Jeremiah de Saint-Amour fuera sepultado en tierra sagrada. El comisario, disgustado con su propia impertinencia, trató de excusarse.
"A lo único que no accedió fue a hablar con el arzobispo para que Jeremiah de Saint-Amour fuera sepultado en tierra sagrada. El comisario, disgustado con su propia impertinencia, trató de excusarse.
- Tenía entendido que este hombre era un santo -dijo.
- Algo todavía más raro -dijo el doctor Urbino-: un santo ateo. Pero esos son asuntos de Dios".
- Algo todavía más raro -dijo el doctor Urbino-: un santo ateo. Pero esos son asuntos de Dios".
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